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martes, 1 de octubre de 2013

MUNDO HÍBRIDO!!!...

El paisaje cambia poco a poco de montaña a trópico. El cruce en la frontera transcurre sin problemas y una hora y media mas tarde comienza a aparecer la capital salvadoreña. El autobús se asoma por la parte nueva de la ciudad , limpia y turística, llena de enormes anuncios, logotipos corporativos, restaurantes (mucha franquicia transnacional) y automóviles del año. Por un momento tiemblo: ¿esto es San Salvador?
Se vacía el transporte y solo quedamos tres viajeros con destino al centro de la ciudad, oscuro y solitario a estas horas de la noche.



          Abordo un taxi con dirección al norte de esta urbe cuya expansión ha alcanzado el millón y medio de habitantes. El precio del trayecto es de cinco dolares. Lo primero que llama la atención es que la moneda oficial sea el dolar (el Colon se suprimió en 2001); le pregunto al taxista como les ha ido en el proceso de dolarizacion y, al igual que todos sus congéneres en cualquier parte del mundo, comienza a dictar cátedra: "Bueno, al principio fue muy duro por que todos los precios se redondearon hacia arriba, pero a la larga creo que nos ha ido mejor. Si analizamos las devaluaciones de la moneda hondureña (el eterno vecino, querido y execrado) podríamos concluir que de haber seguido con nuestra moneda, hoy el dolar nos costaría 25 colones. Ahora por ejemplo, nos resulta mas fácil viajar". Pregunto por los salarios: "Si, bueno, ese es el problema. El salario no se redondeo hacia arriba y el mínimo sigue en torno a los 200 dolares mensuales".



          Llego a un barrio tropical y dicharachero que me recuerda algunas zonas de la Habana. Cruzo la calle tomando un batido de mamey, comprado en la esquina, y una muchacha se mete conmigo: "Papi, ¿me invitas de tu jugo?", y se aleja riendo. No molesta; al contrario, relaja estar en un mundo en el que las muchachas de 18 piropean a los hombres con naturalidad y frescura. No es que sea la igualdad --falta mucho, muchísimo-- pero tímidamente se acerca, al menos en términos de lenguaje...
          Me interno en un callejón. Pocos metros mas adelante esta la casa. Toco y abre un hombre canoso y engalanado con un calzoncillo azul celeste: "Pasa adelante, te esperábamos", dice, como si nos conociéramos de toda la vida: "Mi esposa salio pero tu cuarto ya esta listo". Atravesamos la modesta vivienda y salimos al patio, rodeado por seis habitaciones y unos baños comunes (no es un hotel, tampoco una pensión, es solo una casa donde reciben inquilinos, y ahora soy el único).



 Me instalo en un cuarto amplio, con techo de lamina cubierto de tejas (en la mañana las palomas picotean entre las tejas y en la noche los gatos pasan, a veces con delicadeza y a veces en tropel, mientras el perro de al lado ladra con territorial indignación). Afuera, bajo el tejado, hay una hamaca y la mesa donde escribo.
          El amanecer es fresco y agradable. A media mañana el sol golpea y la humedad ha aumentado un buen tanto por ciento. Salgo rumbo al centro en un autobús con televisor (vídeos reguetoneros, audio a todo volumen, nalgas por doquier). Bajo en medio del hiper mercado ambulante que es el centro de San Salvador y recorro los puestos de comida, ropa, cedes, devedes, aparatos electrónicos, preguntando precios al azar, solo para tener una idea. El valor de una chuchería me sorprende: "Una cora", dice el vendedor, y tardo varios segundos en comprender que se trata de un quarter, o 25 centavos de dolar (no puedo evitar recordar la traducción de El Quijote que un ocioso aventuro al espanglish: "In un placete de La Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen..."). El capital circula con soltura en este centro comercial que es el centro, moviéndose siempre a ritmo de dolar: un negocio por aquí, un chanchullo por allá, legal o ilegal, bueno o malo, barato o caro, todo se vende y se compra, el capital no se estanca, el comercio informal aumenta en la misma medida en la que la crisis del mercado laboral se agudiza.




          Por todos lados esta la bandera de Estados Unidos, convertida ahora en marca comercial. Los negocios anuncian ropa americana, muebles americanos, electrónica americana, repuestos americanos y otros americanos etcéteras, siempre con tropicalismo, algo de espanglish y u dinamismo que quizá también sea americano, aun si sus gestos son bien salvadoreños. Me dirijo luego a un barrio conocido por su mercado de estupefacientes; encuentro a un hombre de mediana edad, metro 80, 150 kilos de peso, mirada dura y agradable, verbo ágil y mercadotécnico. En medio de la calle saca la mercancía  la muestra, deja que la olfatee. Sin conocerme ni tener referencia alguna me da su numero telefónico ("vuelve cuando quieras, aquí estamos para servirte"). Todo tranquilo como debe ser. Los precios, empero, me indignan. Dos dolares por un gramo de marihuana...
         Caminando llego a la universidad.
La tarde transcurre en un jardín, bajo un árbol, fumando al amparo de la autonomía universitaria con algunos nuevos amigos. Hablamos de El Salvador, de Centroamérica, de educación, de arte, cultura (del sempiterno fútbol); oigo los mismos reclamos que eh escuchado en estudiantes de otros sitios: el siempre escaso presupuesto, la utilización política que unos y otros hacen de la universidad, la degradación de la lucha en una retahíla de consignas que se repiten y repiten hasta perder todo significado y razón de ser, la memorización como método, el escaso impulso al pensamiento critico, y la critica al gobierno, ahora "de izquierda", encabezado por el Frente Farabundo Marti para la liberación nacional, "reciclado como un partido socialdemócrata cualquiera", dice uno de los estudiantes. La conversación --no puede ser de otra forma-- esta aderezada con ese sentido del humor ácido y picante que uno encuentra en el trópico. Estalla un aguacero (también tropical) y nos mantenemos bajo el frondoso árbol que nos cobija, hablando y esperando que escampe. Anti-universitario como siempre eh sido, es la primera vez que paso tanto tiempo en un campus. Al separarnos ya ha oscurecido. Dos autobuses y una hora mas tarde, llego a casa.

 



         El fantasma de Roque Dalton planea sobre esta urbe. Poeta y comunista ("oh / ligarquia / ma / drastra / con marido asesino / vestida de pique..."), ejecutado por sus propios compañeros del Ejercito Revolucionario del Pueblo bajo la doble y contradictoria acusación de ser un agente de la CÍA y de los servicios secretos cubanos, escribe ahora su nombre en las calles, escuelas, hospitales y teatros. De enemigo de la patria a héroe de la cultura nacional. Quizá esto de una idea, simbólica si se quiere, de las transformaciones salvadoreñas desde el fin de la guerra civil.
          En efecto, se construye aquí un mundo híbrido: nacional y dolarizado...